martes, 16 de agosto de 2011

SONETOS VALLENATOS











SONETOS VALLENATOS








JOSE ATUESTA MINDIOLA












El reto de José Atuesta
Adolfo Ariza Navarro*

Este libro que comienza como una advertencia al silencio y un tremendo homenaje a la palabra, es un mosaico de realidades. Me gusta la poesía. Me encantan los libros de poemas, y no porque yo mismo me haya atrevido en el campo de los poetas, sino porque la vida, aún en las peores condiciones es poema y desafía a los poetas. Le muestra sus imperfecciones, le enseña sus garras y ellos, atrevidos guerreros, o pobres huérfanos, tienen que atenerse a su escudo de palabras. Sé que para José Atuesta este libro significa un reto a su oficio como poeta. De hecho hay que entenderlo así. No es fácil arar en las tierras del soneto, una trampa hecha a la siciliana para cazar felinos de alto voltaje. Ha tenido grandes cultivadores este tremendo desafío al que muchos poetas le hacemos el quite para no arriesgar la piel en lo que a veces por pereza y otras por incapacidad tildamos como una enorme camisa de fuerza. Garcilaso De La Vega, Sor Juana Inés de la Cruz, Cervantes, Borges, Neruda, por dar algunos nombres. Atuesta no se arredra, arriesga su quilla al viento en una actitud propia de los grandes pájaros.

Decía que me encantan los libros así, hechos a la manera imprevista en que se nos presenta la vida, como un mosaico de sorpresas que el lector puede enfrentar de la forma que mejor le convenga. No hay que estar pendiente del hilo de Ariadna aunque navegues el mismo laberinto. Puedes dejar el libro y retomarlo por donde quieras, por la primera o la última página; siempre, en cualquier recoveco, en cualquier frase, encontrarás al viejo minotauro, lo inesperado, lo inopinado, lo misterioso. De la palabra se pasa al árbol (ese animal sedentario “cuyo oficio es la vida”…), al hombre (“con sus afanes de llenarse de muerte”), a la música, a la soledad, a los deseos, a la barbarie, a la vieja muerte; a la senectud, esa edad de los ‘nuncas’ inevitables a los que sólo nos queda acostumbrarnos, como argumentaba Pushkin; la edad en que “palidece el filo de la espuela”, al decir de Atuesta.

Con este libro se cumple un record más en la vida del poeta. Su primer texto, A los ojos de todos (1982), fue el primer libro de poemas escrito y publicado en Valledupar; su volumen Décimas vallenatas (2006), fue el primero de esta índole en divulgarse en el Cesar y ahora este hermoso poemario Sonetos Vallenatos, es también el primer libro de sonetos escrito y publicado por un hijo de esta región. Para terminar, tendría que decir, que si lo que esperaba el poeta era vestirse con el overol exigente del soneto para abarcar temas hasta el momento intocados en su poética –como la violencia reciente perpetrada por los grupos armados-, podemos decir que le sienta, que se le ve cómodo; que lo ha logrado, que no necesitará vestirse de luces para asistir a la gran gala de los buenos poetas.

Barranquilla, enero 29 de 2011.
*Narrador y poeta, colombiano, ganador en el 2009 del Concurso Internacional de novela corta Juan Rulfo en Francia, con la obra “Cuando mañana, encuentren mi cadáver”




LA PALABRA

No conquista el olvido la memoria.
es vencido el mutismo de su imperio,
por la palabra ungida de criterio
en las fases cambiantes de la historia.

La palabra, la raya divisoria
entre el silencio gris de cautiverio
y el espejo radiante de misterio
en las voces que anuncian la victoria.

El silencio se pierde en los caudales,
del sonido que emerge con fineza
en el racimo de los madrigales.

Del poeta, la palabra es fortaleza,
sus miradas, lloviznas de cristales
en los arcos montunos de belleza.



LA SOMBRA DE LA BARBARIE

Fiera detenida sobre la roca
en el peso de su horma disecada,
barbarie de fanatismo atizada
que tristemente la penumbra toca.

Cabalgando en sí mismo se trastoca
su presencia silvestre agazapada,
en el alba por nadie es recordada
es leña amarga dentro de la boca

Con certeza asegura las aldabas,
el hombre honesto siempre precavido
que no vive en espera de la suerte.

Cesan los viejos remos que lanzabas
viajando en otro lago repetido;
muy lejos de mis manos quiero verte.




EL EXILIADO

El exiliado transporta consigo
los pequeños lugares de la infancia,
resiste el abismo de la distancia
con ilusiones que lleva de abrigo.

Lejano de otras culturas, testigo,
sus noches glosan lunas en estancia,
percibe bifurcada la fragancia
de otros soles, en espigas de trigo.

Despliega su peregrina armadura;
el rudo alcance de la dictadura
en su miseria tristemente avanza.

Los deseos en estatuas se erigen;
el regreso a la tierra del origen,
sendero de su innegable esperanza.



ACROBACIA DE LOS PÁJAROS

La música selecta de sus alas
los pájaros derraman en el viento,
sus acrobacias guardan el momento
ondulante de todas las escalas.

Los colores del plumaje hacen galas
de esplendores en fino movimiento,
en la tarde vuelven a su convento:
a los bosques ausentes de las talas.

La quilla de su cuerpo abre la altura
del aire que sostiene iluminada,
la cuerda en los enigmas de su vuelo.

Candoroso levanta su escultura;
ignora que su muerte fue anunciada
del escondite que marca el señuelo.





EL ECOLOGISTA
A mi padre, José Eleuterio

El verde aliento de las decisiones
es burbuja de cáliz en la aurora,
frondoso campanario de anacora
en las veredas de las estaciones.

Cuidadoso de las contravenciones,
de la tala funesta que devora
los caminos del agua, porque ahora
son epigramas de lamentaciones.

En ausencia de bosques el viento arde
con el rostro manchado de ceniza,
se opacan los jardines de la tarde.

El ecologista nunca lleva prisa,
ve la naturaleza con alarde
y en la senda del tiempo se desliza.


AFANES DE MUERTE


La gota que mancha el pulcro vestido,
la rueda que muestra dientes gastados,
las puertas libres de fuertes candados
y el horno que sopla el viento encendido.

La piedra en espera de arco tendido,
el tigre en guardia de saltos rayados.
El tiempo y las cosas no juegan a dados.
El caos por el orden, siempre vencido.

En animales no existe ludibrio,
el paisaje devela el equilibrio
en los rostros del débil y del fuerte;

pero el hombre con sus ojos de flecha,
a las tardes de venados acecha
con afanes de llenarse de muerte,




VOCES DE LOS ANCESTROS

Las voces de los ancestros kankuamos
viajan conmigo desde la sagrada
estancia de la abuela venerada,
que en los ciclos del tiempo recordamos.

Su manta blanca adornada por ramos
de ríos boscosos de La Nevada,
y en su mochila, una senda entramada,
antigua ceremonia de los Mamos.

Sus guaireñas de alianzas y caminos,
con cantos ancestrales de vecinos
en frondosas riberas florecidas.

Los paisajes sonoros de carrizos
por las blancas montañas de granizos,
donde nacen lagunas bendecidas.




CREPÚSCULO LUCTUOSO

El polvillo azabache pegajoso
transita por los aires y los mares,
desatando una estela de avatares
con signo de crepúsculo luctuoso.

El paisaje del viento no es frondoso,
los peces con esquivos malabares,
los cristales del agua son lunares,
hasta el fondo del cielo está borroso.

Llora el vientre furtivo de la tierra,
oscuras rocas sacan a montones
y mueren montañas de cafetales.

La fatiga del trabajo se encierra
en las brunas tardes de socavones,
con epitafios para los frutales.





EL ARBORICIDA

Es para la historia, el arboricida:
un mercenario de tiempo afligido,
en sus ojos el viento florecido
de rosas, es una flecha perdida.

El oficio del árbol es la vida,
por Kanimpana*, así fue concebido;
de los hombres vive desprevenido
no avizora la soga del suicida.

El árbol en su manso itinerario,
nunca espera la infame coartada
de las manos amantes de cenizas.

Para el árbol será siempre escenario
la ruta por la vida señalada
en el blanco racimo de las brisas.

*Padre de los árboles, según los indígenas Koguis.




FURIOSO INVIERNO

Nubes ariscas, fundidas de hielo.
La potencia de la lluvia arrasa,
empantana su presencia la casa
con lodazales que manchan el suelo.

Los hombres humedeciendo el pañuelo,
fingen buenos pastores de su raza;
de misericordia mojan la taza,
temerosos, porque se ha roto el cielo.

El invierno tiene punta de sable;
aterrada y triste la gente le huye,
aún de la violencia no descansa.

El invierno furioso inexorable,
lleno de ruinas, cabalga y destruye;
parece un imperio hereje en venganza.




LA SOLEDAD CITADINA

Descargarse de vana pesadumbre
citadina, es asunto necesario,
porque a veces se siente solitario.
el hombre en la agitada muchedumbre

El oscuro abrigo de servidumbre
es armadura de credo falsario.
Sumarse uno asimismo, temerario,
para algunos, blasfema incertidumbre.

Con las tinieblas el hombre camina
arrastrando el peso de los dolores
por la urdimbre en la calle citadina.

Solitario se niega a los fulgores.
El abismo de la noche, la ruina
que soslaya la vida de esplendores



SONATA DE TIEMPO

Nos cubre como el tiempo la llovizna
de la mestiza sonata de viento,
con las voces de bronce en movimiento
la vida de atardeceres se tizna.

De los tiernos atajos, leve brizna
es el recuerdo del breve aposento:
de mis padres el repetido cuento
que era del sueño, melifica bizna.

Del tiempo somos místicos viajeros,
las horas dispersan en nuestras manos
los heraldos sedientos de victoria.

Ciclos de fieras y otros de corderos,
rostros opuestos de espejos profanos;
somos marinos del mar de la historia.







BELLEZA EN OFERTA

Los relieves de sombras en la axila
y el tiempo del reloj de la cadera,
advierten el escenario de espera
del amante prestado que vigila.

En su alcoba solitaria cavila,
abre las aldabas de su escalera,
para el hombre suelto de madriguera
el ansioso erotismo lo encandila.

Mimosa su leve belleza oferta;
Las borlas de su pecho, las razones
en la entrada triunfal al paraíso.

Con un beso, de la ropa liberta
al amante raudo de tentaciones
que se desgrana en el borde postizo.



LA MITAD DE LA CENTURIA

Transitas la mitad de la centuria,
tantas lunas a orillas del camino;
aunque en la fiesta no se acabe el vino,
el goce tiene rastro de penuria.

El eros en la sinonimia furia
se amilana en el ego masculino,
y es premisa del cuerpo femenino
que acepte la penumbra sin injuria.

Huye del tiempo la tristeza, cuando
se descubre el arte de envejecer
en el deleite de otras sensaciones.

Con las tardes en los ojos andando,
pero distante del anochecer,
empieza el ruido de las privaciones.






EN ESA ESQUINA

Un racimo de lluvia en esa esquina:
sigilos de tiempos entre mis manos;
soliloquios de relieves profanos,
en ese instante que nunca declina.

La delicia ante mis ojos domina
el encuentro de sucesos lejanos
en magníficos espejos de arcanos
que a la vida de sueños ilumina.

Esa esquina, el recuerdo de repente
y con sus dientes de lluvia me muerde
bajo el atisbo denso de las nubes.

Me separa un paso y toco prudente,
tus trapecios de agua en el viento verde
y con la cuerda nocturna me subes.



LA MUSICA

La escritura crea al hombre disperso,
cada pueblo en su dialecto se pinta,
el acento es una exclusiva cinta,
y se colige, el lenguaje diverso.

Aunque a veces ignoremos el verso,
la música hace la vida distinta,
supera los colores de la tinta
y en sonoro instante une al universo.

Distante de la rampa y sus confines,
con el sonido de los instrumentos
se liberta el alma de bailarines.

Como remolinos en movimientos
las caderas, gacelas de violines
en la magia festiva de los vientos.





SENECTUD

Los nombres con las letras incorrectas
pegadas en el tablero borroso
y el cuerpo retrocede perezoso,
ahora pocas cosas son perfectas

Pone a prûeba sus armas selectas;
el cansancio su permanente acoso,
espejo de cirujano oneroso
donde se plagian las horas provectas,

La tambora con su tonada oblonga
rememora en el cuerpo el abolengo
de bailarines de antiguas escuelas;

pero la tarde triste se prolonga,
y en arcos de un horizonte marengo
palidece el filo de las espuelas.


LA MUERTE

Para Emily*, era un camino distinto,
un algo tras de la puerta, la muerte;
desvanecida su presencia vierte
las redes perdidas de laberinto.

Semblante de ángel conserva el extinto,
la gracia de Dios al bueno convierte;
pero no quisiera verme ni verte
en ese triste pesado recinto.

Para vencer su llegada no hay trampa,
la anémica tristeza de su estampa
es el signo mutable de la vida.

Cuando el muerto traspasa las barreras,
los recuerdos con afables quimeras
serenan el dolor de la partida.


*Emily Dickinson, poeta inglesa (1830- 1886)





LLUVIA EN LOS OJOS

No existe territorio preferido
para los muertos que hemos recordado,
rondan en nosotros, y han preguntado
lo que le dimos en tiempo vivido.

Hablamos de lo que hemos perdido.
Inefable, lo bellamente amado;
y cuando a los seres se han olvidado,
de nada vale el extenso gemido.

Cuerpos mortales, poco recordamos.
Con la lluvia en los ojos confesamos:
somos espumas en cumbres de mares.

Las olas, el tiempo que nos empuja
con sus brisas de lienzos y de aguja,
son los estigmas de viejos lugares.




TEMEROSO A LA MUERTE Y AL OLVIDO

En sus viejos momentos de esplendores,
Diomedes, ese admirado cantante,
describe de manera fascinante
a sus padres, humildes labradores.

Y siempre hace alarde de sus albores,
repasa sus ilusiones de infante:
donde posa en el espejo triunfante
del extenso gremio de los cantores.

Su canto con la alquimia es un latido
de versos, vendimia de madrigal
en la noche flotante de quimera.

Temeroso a la muerte y al olvido,
divaga un epitafio musical:
Queda el cuerpo adentro y mi nombre afuera.




CAZADOR DE RIMAS

Persistente al hallazgo de las rimas:
las busco en el fondo de las cavernas,
en las rocas de esculturas eternas
o en los vivos colores de las cimas.

Las busco en las maneras que me mimas,
en las cinturas de agua en las cisternas,
en la asonancia de versos o ternas
de sonoras guitarras en tarimas.

Las busco en ausencias de vituperios,
en los epitafios de cementerios
o en los radiantes salmos del convento.

Las busco en los soleados obenques,
en los brunos cantares de palenques
o en el torrente plumaje del viento.



EL CIELO ES UNA METÁFORA

Un sofista cristiano dijo un día
con lenguaje florido en ritornelo;
metáfora es el infierno y el cielo,
sin fronteras en la cartografía.

No sé, si ese hombre sabio acertaría,
su respuesta, precisa y sin recelo;
a veces yo navego en desconsuelo;
pregunto, si es clara, esa alegoría

La morada de Dios y de los Santos,
es el cielo, predica el Evangelio
en los alcores de las Escrituras.

Para el que reside lejos de espantos,
sin la ocre guadaña de sacrilegio,
Dios vive en el alma y en las Alturas.






RASTROS DEL GUERRERO

En las guerras hay acciones perdidas
que se esconden al canto del trovero,
se apagan en la sombra del lucero
viajando con sus muertes extendidas.

Son los rastros villanos del guerrero
un territorio de cuerpos sin vidas,
mutilados en tumbas escondidas
como pestosas bestias de potrero.

A su paso ha dejado cementerios
de millares de seres inocentes:
supuestos enemigos señalados.

Implacable a sus severos criterios:
masacres, sus acciones evidentes,
y las miserias de los desplazados.



EL REGRESO A LAS HUERTAS

El viento con sus manos invisibles
dispersa por el bosque los conciertos
de pájaros huyendo de los puertos
donde las armas son irresistibles.

Y Dios quiera que siempre hallen factibles
las miradas sonoras en los huertos,
y las sombras colgadas de los muertos
en los bosques no sean repetibles.

Que el suelo cuarteado de las huertas,
manchado con la lluvia de la guerra,
a la muerte le cierre las compuertas.

Escenas tristes de la motosierra
se alejen con sus ruidos de las puertas,
y vuelvan los nativos a su tierra.





RENUNCIA DEL MATARIFE

Al ruido de la sangre en el cuchillo,
breves temblores de la carne viva,
anuncia de forma definitiva
el retiro a este oficio de martillo.

Los fuertes golpes, casi un estribillo
repicando por la cabeza esquiva;
corriente roja, sangre fugitiva
desvanece al inerme animalillo.

La rojiza llovizna penetrante
salpica el rostro de las zapatillas;
pese a todo, simula de hombre fuerte.

Renuncia al viejo oficio lacerante,
se reserva dejando en las orillas
gemidos, por los golpes de la muerte.




DESARME DEL GUERRERO

Fenecen los instintos del guerrero,
las armas ya no escriben sus andanzas;
las siniestras penumbras de venganzas
son viejas cicatrices de un lucero.

La soberbia no escolta su sendero
ni la sevicia estigma sus labranzas,
el tiempo del odio apaga sus lanzas;
porque en la vida, la vida es primero.

Alejado del fuego funerario,
el guerrero retorna a su morada,
las armas de sus manos elimina.

Deja colgado el nefasto calvario:
el ruido clandestino en la emboscada,
la escritura sangrante de la ruina.








































DÉCIMAS A VALLEDUPAR
I
Dice un viejo trovador
que en la ribera floresta
una mañana de fiesta
se iluminó de esplendor:
una flauta y un tambor
en melódico sonar
esperaban el cantar
de un indígena Chimila,
que sacó de su mochila
tu nombre Valledupar.
II
Tu nombre Valledupar
hasta en el aire se siente,
el Guatapurí esplendente
aquí nos viene a bañar;
su cauce deja al pasar
el perfume de granizos,
la magia de los carrizos
con su leyenda ancestral
y el deleite musical
en este pueblo mestizo.
III
Aquí la tristeza es poca
quien llega goza la fiesta,
alegre sube a la cuesta
cuando el acordeón se toca.
El verso de boca en boca
siempre invita a parrandear;
tu nombre Valledupar
tiene sentido profundo
y se conoce en el mundo
por el canto popular.
IV
Valledupar yo te quiero,
paraíso de lealtad,
el abrazo es hermandad
aquí nadie es forastero,
y dicen que los troveros
riegan versos en la greda,
como una estera de seda
formada de hermosas flores;
quien viene buscando amores
con amor aquí se queda.
JOSE ATUESTA MINDIOLA (o MENDIOLA). Mariangola (Valledupar- Colombia), conocido también como “El poeta de los árboles”. Licenciado en Biología y Química por la Universidad Distrital de Bogotá (1977) y Especialista en la Enseñanza de las Ciencias Naturales por la Universidad del Atlántico (1998). Columnista de algunas revistas regionales y del El diario El Pilón.
Es autor de siete libros de poesías y dos de décimas. Ganador del Primer Concurso de poesía del departamento del Cesar (1986). Uno de los ganadores del Concurso Nacional “Que descanse en paz la guerra”, convocado por la Casa de Poesía Silva, Bogotá (2003); con el libro Sabanas de Mariangola fue premiado en el II Concurso de Historia Regional y Local del Cesar, convocado por la Universidad popular del Cesar (2007). En el 2009 participó en representación de Colombia como ponente en el XVII Coloquio Iberoamericano de la Décima y el Verso Improvisado, en Las Tunas (Cuba).
Sus poemas han sido incluidos en varias revistas nacionales, y en las Antologías, La Poética cesarense (Valledupar, 1994), Poemas al Padre en la poesía colombiana (Editorial Panamericana, 1997), y Voces de fin de siglo de la poesía colombiana (Epsilon Editores, 1999).


CONTRACARATULA

Este libro de sonetos, es el razonado pretexto de José Atuesta Mindiola, veterano prestidigitador de palabras, para mostrar en diurnas asonancias, en mestizo ritmo y enfáticas anáforas, la eficacia de sus sentidos alertas, la regocijante huella de su sensibilidad y el siempre elocuente mapa moral de sus reflexiones; en esta magistral colección de poemas el maestro Atuesta decanta, sublimiza; y con su habilidad de alquimista, muta en arte supremo, en constructos rimados y bellos, lo que su bitácora de atisbador ha recogido de los inasibles meandros de la realidad, de los oscuros o claros paisajes que ha gozado o padecido su entereza de humanista singular; lo que ha recogido del entorno su perceptible presencia de creador por vocación y convicción.

Luís E. Mizar.
Valledupar, 5 de marzo de 2011.
















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