viernes, 2 de septiembre de 2011

METAFORAS DE LOS ARBOLES (POEMAS)

METÁFORAS DE LOS ÁRBOLES

















JOSÉ ATUESTA MINDIOLA









Índice
A manera de presentación
Los árboles de Atuesta
1. Monólogo de un árbol citadino
2. El puente invisible
3. De luto está la tierra
4. Pequeña oración
5. En una esquina del cenit
6. Breve visitante
7. Brindis otoñal
8. Elegía al mango del patio
9. La vida sigue
10. Palabras del palabrero
11. Oficio del árbol
12. En espera del libro prometido
13. Íntimo esplendor
14. Réplica de Adán
15. Debajo del árbol de manzano
16. Antimoraleja del tigre
17. Mazorca de agua
18. La sombra del poeta
19. La paradoja del triunfador
20. Monólogo de una mujer después de un atentado
21. La sed de la hostia
22. La vibración de la palma
23. El colibrí
24. Contemplación del árbol
25. Epitafio
26. Los pájaros huyen del árbol
27. Dicotomía
28. Una escena numérica de Baldor
29. El árbol y el viejo vendedor
30. Encuentro
31. Retrato mortal
32. Fábula del perro y el jaguar
33. El reloj de su cadera
34. No te creas el dios del árbol
35. Metáfora del canto
36. Palabras de un mamo kogui
37. Monólogo de un árbol Kogui

JOSE ATUESTA MINDIOLA (o MENDIOLA). Mariangola (Valledupar- Colombia), conocido también como “El poeta de los árboles”. Licenciado en Biología y Química por la Universidad Distrital de Bogotá (1977) y Especialista en la Enseñanza de las Ciencias Naturales por la Universidad del Atlántico (1998). Columnista de algunas revistas regionales y del El diario El Pilón.

Ha publicado seis libros de poesías, dos de décimas y uno de historia local, Sabanas de Mariangola, premiado en el II Concurso de Historia Regional y Local del Cesar, convocado por la Universidad del Cesar (2007).

Ganador del Primer Concurso de poesía del departamento del Cesar (1986). Uno de los ganadores del Concurso Nacional “Que descanse en paz la guerra”, convocado por la Casa de Poesía Silva, Bogotá (2003). En el 2009 participó en representación de Colombia como ponente en el XVII Coloquio Iberoamericano de la Décima y el Verso Improvisado, en Las Tunas (Cuba).

Sus poemas han sido incluidos en varias revistas, entre ellas: El Túnel (Montería, 2003), La Luna Nueva (Tuluá, Colombia, 2005), Revista Prisma, Bogotá, 1996 (Separata--poetas de Colombia y otros países), Revista del Festival Vallenato (2003). En las Antologías, La Poética cesarense (Valledupar, 1994), Poemas al padre en la poesía colombiana (Editorial Panamericana, 1997), Voces de fin de siglo de la poesía colombiana (Epsilón Editores, 1999).









LA METÁFORA, UNA MANERA ABIERTA DE CONOCER EL MUNDO

Este libro, Metáforas de los árboles, es un nuevo acercamiento del lenguaje poético a José Atuesta Mindiola. Sí, soy consciente de estar diciendo algo que suena a locura. Pero ya es hora de dejar constancia de que la lectura de sus 37 poemas, las asociaciones que tal lectura provee, el saber que se deriva de las metáforas que emplea, el conocimiento circular que su lenguaje poético suministra del mundo, llegan más allá de Mariangola, el pueblo natal del poeta. Su universalidad ha trascendido su propio yo, los hitos y tópicos del lenguaje lineal y también -para usar un término atuestiano- la liturgia sagrada de los vocablos con sabor a ayer.

Cuando el poeta habla de “los colores del sonido” y de que los avatares “ahogan de ceguera los diversos rostros de la luz” está dibujando un mapa alternativo del mundo, bien distinto de ese mundo lineal que ha marcado nuestra cultura occidental ligado ferozmente a eso que llamamos progreso. Precisamente los poemas de su libro son totalidades que permiten ver que todo está en todo y que es el lenguaje poético la fuerza que impone al poeta una nueva visión, el que sabe de polisemias y metáforas y personificaciones y metonimias y significados encabalgados en la historia caótica de una interrelación cognitiva entre los hombres y un mundo al cual todos pertenecen.

En “el cantarino plumaje del río”, en las “lunas en los cristales de sal”, en “los pájaros dormidos en gajos de luceros” en esa esquina del cenit donde “todavía mis manos siembran de auroras el puente de tu río”, se halla un conocimiento mayor de paradojas que dan sentido, ante nuestras propias conciencias, del mundo exterior.

Cuando dijimos que Atuesta es mucho más que Mariangola, quisimos decir también que es mucho más que Valledupar y que sus propios recuerdos. Y es que la acción ejercida por el lenguaje poético sobre el escritor termina por revertirse enriqueciendo una cosmovisión en una paradoja que nunca tiene fin. De ahí que una lectura lineal sea apenas un intento inicial y pobre para ver un mundo desde una perspectiva en que las paradojas se tocan, contagian, agigantan y enmarañan sin cesar. Detenernos, pues, en la semántica y en la gramática, o en la métrica y expresividad de los textos de los 37 poemas, es mutilar el río secando su cauce de sentidos.

En “La vida sigue”, por ejemplo, la literalidad de la alusión muestra que el conocimiento de este siglo se parece mucho en su forma y en su esencia a un círculo donde las oraciones simples tienen múltiples sujetos que mutan de nombre, figura y estructura. Valga decir que las palmas de corozo que el viajero encontró en su camino “llenaban de fiesta los colores del paisaje”. Lluvia, viento, sol, figuras caprichosas de las piedras y el terreno, la sonora canción del movimiento, caben todos allí en un abigarrado contacto y remiten a pasados recientes y remotos, a temores enraizados en el oscuro manejo de la tierra y en el egoísta triunfo del poder.

En el libro surgen aquí y allá miles de adherencias emocionales y sentimentales que siguen la huella de palabras y expresiones tales como “cenit”, “colibrí”, “mujer después de un atentado”, “árbol citadino”, “verde monumento”, “la erótica cicatriz en el ojo del relámpago”, ”pájara de Dios y de mi alma”, “la penumbra de la piel”, “una sombra de serpiente nos envuelve”, etc.

Hasta ahora hemos podido notar que nos hallamos frente a un hecho asombroso: la magia de la polisemia, inscrita en cada vocablo, ha llenado de sentidos todas las voces que el lenguaje impuso al poeta.

Valga decir que la idea institucional de progreso, que alardea de poseedora de verdades, le niega a la poesía su utilidad para conocer el mundo y la relega al recinto de las tinieblas en que su función de ocio contemplativo se opone al progreso de la ciencia y de la técnica. Esta manera de ejercer el poder confina el lenguaje poético a unos recovecos oscuros. Pero allí, cosa es de volverse loco, allí es donde crece fértil la multiplicidad de significados, hija legítima del tiempo circular y la simultaneidad de elementos distantes. En este nuevo tiempo, polisémico y acogedor, la memoria se hace flexible, el presente no es sólo hechos objetivos sino también vivencias que se unen a los sueños y posibilidades del futuro.

Cuando arriba dijimos que Atuesta es mucho más que Mariangola y que Valledupar, no negábamos una realidad geográfica primaria; pensábamos en que el lenguaje supera al escritor en cuanto es más viejo que él, contiene memoria y, más aún, memorias superpuestas. Y también, a veces, el lenguaje poético tiene corazón. En una palabra, la lengua es sabia, más sabia que el hombre y el poeta. La polisemia es el fruto-instrumento de y para conocer el mundo que está en el fondo de los sentidos de la nueva producción literaria de José Atuesta.

En conclusión, la lectura de Metáforas de los árboles posibilita el surgimiento de una cosmovisión nueva a partir del todo; es decir, la metáfora del lenguaje poético atuestiano surge, construye, modifica, reconstruye y deconstruye la realidad en medio del caos de presente y porvenir.

LUIS A. MENDOZA VILLALBA












LOS ÁRBOLES DE ATUESTA
A partir del árbol el poemario se extiende hacia otros lares. Tierra, agua, sol y vegetales diversos, arena sin sosiego, piedra vigilante, mar sin límites. Todo, para reivindicar la vida, en todas sus gracias y lamentos. Es una voz con fe la de este poeta. Merodeando o entrando a lo barroco, estos poemas tienen la fuerza legítima de la pasión creativa. Atuesta se compromete con las expresiones esenciales del paisaje. Sabe que la tierra que pisa es su universo, y cantarla es su tarea estética. Y no elude la palabra vegetal o frutal. Usa las de su entorno y sale de victoria con cada una de ellas.
Todo y todos giramos en torno a los árboles. Y cuando el árbol habla nos damos cuenta de cuánto ha penetrado por el río de la vida. No tiene dueño porque es de todos. Por allí transita el padre, quizá huyendo del verano. O el poeta que, buscando su "mazorca de agua," extravió su cauce. O quizá, asomado a una horqueta, el hombre de selva que observa un tigre( que no es el de Blake), acongojado por las astillas de su propia sombra. O el perro que logra la inmortalidad mineral mirando embelesado las garras del jaguar.
Hay poemas esenciales en esta obra de Atuesta. El lector sabrá buscarlos. En ella, toda la telúrica que nos es benévola, acecha. Desde el árbol sin dueño, o el árbol kogui(“ese guardián del aire”) que entiende que no vive para él solo, hasta la negra suculenta que mueve las caderas ataviadas con una pollera floral. O esa perla, en la cual el colibrí no agita las alas sino que mueve los colores. Les recomiendo entrar a ese sólido follaje. De prosa y verso es la textura de su cuerpo.
José Luis Garcés González.
Montería, abril de 2010.

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Monólogo de un árbol citadino


Caligrama de fiesta son mis flores.
Soy silabario para los pinceles de la luz.
Para el mendigo, el sombrero de su alcoba.
Para el pájaro, el atril de su escritura.
Para el perro, la pared de su llovizna.

Para los alarifes del cemento,
soy un estorbo que frena
el tamaño mineral de su premisa,
un extraño en lugar equivocado;
sus amenazas de muerte me persiguen.

Pero soy más que un verde monumento
en la agitada ceremonia de las calles.
Soy testigo: de la noche que avanza con el miedo,
de transeúntes perdidos en su sombra.
Y también soy testigo de mis floridos reclamos
que ululan la presencia de otros árboles.
Nadie quiere estar solo,
la soledad es carbón que deja el relámpago.

El puente invisible

Sobre el puente invisible,
donde la noche cruza para alcanzar el día,
viaja mi padre:
sus noches son cabalgatas de lunas
en el estío de sonoras mariposas,
desfiles de luceros en las flores
dormidas del otoño y golpes de lluvias
en las goteras nocturnas del tejado.

Sus amaneceres son riberas de pájaros
en el cantarino plumaje del río,
vendimias de rosas en la fugitiva
primavera del patio y bálsamos frutales
en la irremplazable estancia de los árboles.

Sus brazos toman el color del invierno
en la intangible corriente del verano.
Una montaña de sueños lo persigue
y descubre los secretos de los árboles
para que el polvo no enferme el rocío.

De luto está la tierra

Dónde están las maracas de los ríos,
las mariposas flotantes en las ventanas del viento,
los pájaros que regaban las nubes de lluvias,
los rostros del agua en rebaños sedientos,

Dónde están las llanuras con los saltos del jaguar,
los tapires de nocturnos callejones,
las orquídeas y la altura vegetal de sus raíces,
los cucaracheros en la custodia mítica de las serpientes,
las espumas solitarias en el amanecer del corral.

Dónde están las brisas atarugadas de maizales,
los bosques y los infinitos espejos de los rostros de la luz,
las garzas que fingían ser hojas para no espantar
las estrellas de los árboles,

Dónde están las rocas gigantes con ojos de luna,
las montañas que guardaban el tiempo mineral de los helechos.
Sólo hay polvo y negros agujeros, socavones de piedras, repisa estéril, morada incierta. De luto está la tierra.



Pequeña oración

Señor, danos el poder de la concordia
para liberar el sinsonte que duerme con nosotros
en los bosques cercados por el miedo.



En una esquina del cenit

Distante de los avatares que atafagan los colores del sonido
y ahogan de ceguera los diversos rostros de la luz.
Distante de las colinas donde el veneno derrama sus serpientes
y las urdimbres de sus fauces dejan surcos en la piel.
Distante de la desmesura que todo lo vuelve sombra,
pero sereno en una esquina del cenit:
dable a ciertas ofertas de la rosa en vigilia
de su propia primavera
y fraterno a los aromas de las añejas metáforas del vino.

Sereno estoy: todavía mis manos
siembran de auroras los puentes de tu río,
porque la sed de mis labios
no es la sed del cordero en el puerto de caimanes.
Sereno estoy, sin que la penumbra vuelva sombra
los colores de mi voz, porque tu cuerpo
no es la frágil espera del remolino
que trae señales del desierto.


Breve visitante
Del mar, soy un amante lejano de su blanco tropezar,
un escultor de las espumas que repasan acrobacias de alcatraces,
un admirador de su infinita orilla bebiéndose el matiz del cielo.

De sus múltiples ojos en los arrecifes, soy un inexperto.
Un enigmático a la magia del nautilius que escondido
en su caparazón conserva su forma milenaria.
Incrédulo a los gemidos de las ballenas
cuando el tsunami regresa rebosante de muertes.
Inepto a los secretos del pescador que rema su canoa
por el brillante cristal de las escamas.

Soy un breve visitante de los epígrafes ondulantes en la arena,
y un aficionado que escribe con la caligrafía del agua
la magnífica belleza de tu cuerpo.



Brindis otoñal

El galopar del cuerpo estremecido
ya no escribe las hazañas del jinete,
la tarde con los remiendos
de diversas cicatrices
llega a diluir el cielo en nuestras manos;
pero no es tristeza el tiempo,
la penumbra de la piel
no es la penumbra del alma.





Elegía al mango del patio

El árbol de mango del patio, sangra blanco sus heridas como mostrando la ruta que el dolor todavía no ha recorrido.
Me alejo del patio y me llevo de sus hojas los amaneceres con aromas de guitarras, me llevo el verde pendular de la mecedora donde descansaba un hombre parecido a mí.
El árbol ya sospecha que pronto no habrá luz en su follaje, su epitafio vendrá en la esquiva mirada de otro dueño. Sus frutos serán invisibles racimos en algún ojal de la memoria y mi hamaca, fértil al cortejo vegetal, seguirá atada al viento de otros árboles.



La vida sigue

Después de la muerte la vida no es escombro ni ceniza que el tiempo convierte en su liturgia.
Sólo el nombre y la breve caligrafía del epitafio permanecen ilesos en la tumba.
Fuera de la tumba, la vida sigue en el viento que lleva en el crespúsculo el esplendor de la hoguera.

La vida sigue:
En la voz de los espejos que repiten la luz de la memoria.
En los labios de la rosa que arden las páginas vacías de la penumbra,
En el pájaro que deja sus alas y en los bosques de nubes se detiene.
En la roca donde el pez se cristaliza antes de beber las últimas gotas del río.
En el trapecio de la lluvia donde el relámpago cuelga sus secretos

La vida sigue;
En el relincho de la hierba cuando el jinete vuelve a su caballo.
En la vigilia de la aldaba cuando la puerta recibe los golpes de la luz.
En el silencio de la rama que flota para no romper la música del agua.
En el aire que reescribe el ritornelo de la canción que viaja en las ranuras del tiempo.


Palabras del Palabrero

Ningún bosque es madriguera
de la infamia del guerrero,
hasta la mansedumbre del árbol
es espina sangrando la piel.
La zozobra multiplica los ojos
en los espejos del temor que lo persigue.
el agua es hoguera
derretida en la ausencia de reposo.

Una montaña de tigres
custodia las riberas del insomnio.
La guerra reduce el territorio
al tamaño de los pies.



Oficio del árbol

Entibiado de luz, imponente brinda sus colores.
El verde ulula en el vientre de sus hojas
y el aire crece con sus livianas espumas.

Los cristales disueltos de las rocas
recorren desde el fondo la humedad de sus peldaños.
Llueve en su interior, y la savia se abre
evanescente a la pirámide del saltamontes y la serpiente.

El viento con sus fauces de rocío, penetra en sus ramas
y el perfume atisba la maduración de los frutos.

Gemidos de sordos relámpagos mueven sus lamentos,
cuando el filo tronante del metal le roba el derecho a morir de pie.



En espera del libro prometido

Busco en el libro prometido,
las páginas encendidas de orquídeas y metáforas,
de lunas en los cristales de sal,
de pájaros dormidos en gajos de luceros,
de esculturas de sombras que arengan la luz.

Busco en el íntimo esplendor de sus páginas,
la escalera de besos en el preludio de la rosa fugitiva,
la erótica cicatriz en el ojo del relámpago,
la flauta escarlata arriba del árbol para incendiar la noche.

Busco en el libro prometido y sólo encuentro
el tiempo diluido con una esquina de lluvia en los zapatos.



Íntimo esplendor

Crece el viento azul en mis ramas
con el íntimo esplendor de tu vuelo,
pájara de Dios y de mi alma.




Réplica de Adán

Mujer
la tentación amenaza mi reposo,
una sombra de serpiente nos envuelve;
deja que los hilos de mis manos
trencen los colores de tu cuerpo.

Ven, como receta de uva
para la fantasía de mis labios
y la respiración se vuelva primavera
en el remolino verde de tus ojos.




Debajo del árbol de manzano.

Debajo del árbol de manzano, el joven Isaac Newton dibujaba la curvatura oscilante de las ramas, el ondulante silbido de los pájaros, las parábolas de los gemidos de su larga espera y las elípticas caderas de su amada ausente.
Sólo hubo una línea recta, la de la manzana que cayó sobre su frente, mientras buscaba en las bóvedas del cielo un lucero para apagar la oscuridad de su encorvada espera.



Antimoraleja del tigre

Cuando el tigre se mira en el espejo vive la sensación de estar preso, porque desde cuando nace lleva en la piel los barrotes de su jaula. Camina en ausencia de luz para no observar sus huellas; el sabor de la sangre de su víctima lo convierte en un animal escurridizo, que huye hasta de su propia sombra.




Mazorca de agua

Contrario a la sequía de la ausencia,
a la múltiple desolación del desierto,
a la estéril resonancia de la sed;
estás tú, como mazorca de agua,
desgranando sobre mí
el zumo vital de tu cuerpo.




La sombra del poeta

A Diomedes Daza
Tal vez la sombra del poeta, deambule en el lomo sagaz de un caballo citadino, se oculte en los fragmentos de sol de un camino bifurcado, esté difuso en los matojos asediados por los saltos del conejo, duerma en el ombligo de la rosa donde no se atreve la ceniza y busque afianzarse para resucitar la agonía del Crucificado en cada uno de nosotros.






La paradoja del triunfador

Sumergido en la paradoja que la distancia más larga entre dos puntos es la línea recta, sesga la ruta, se diluye en la sombra, bifurca el camino, se salpica de légamo: su designio es llegar primero; no importa que la efímera bandera flamante de victoria, se deslice a indomables abismos.



Monólogo de una mujer después de un atentado

Fragmentada está la casa conmigo.
Llueve sobre mí un invierno de dolor.
La noche deja su piel en mis ojos.
Ya casi sombra, en la ausencia
vertical de los colores,
la penumbra
es roca que tropieza el cuerpo.

Y esta mano, que aún me queda,
te sabe de memoria, enlaza sus dedos
al perfume de tu nombre
y me lleva hasta ti.
Y sólo encuentro,
fragmentos de tu cuerpo y de tus sueños,
y yo atrapada en los pilares desolados,
estoy con lo poco que queda de mí.



La sed de la hostia

Horadaron el vino de la ofrenda,
despedazaron la sed de la hostia,
pero sigue la homilía firme y transparente
como el desfile de lluvia entre los árboles.




La vibración de la palma

La vibración de las palmas de corozo llenaba de fiesta los colores del paisaje. El viento a la altura del follaje derramaba en las nubes las esporas de la lluvia.
Desde las ventanas del auto un desfile de palmas movía sus elípticos troncos, la carretera un túnel con un cielo de abanicos verdes.
Callamos pronto, el trueno del metal arrasaba troncos, como un vendaval de dantas entre floridos maizales.
Las palmas se negaban a morir, de sus raíces, sutiles yemas y otras nuevas plantas se enlazaban con el viento.
Con el tiempo la batalla toma otros matices. El arboricida obsesionado contra las palmas, afina nuevas armas de combate y con la soberbia del desalmado se proclama, vencedor.
Después de muchos años, sopesa que aquel triunfo es una triste derrota. Matar un árbol es abrirle más caminos al desierto.


El colibrí

Nunca está donde está,
su plumaje, leve
temblor de colores.



Contemplación del árbol

He visto el verde flotante de sus hojas alucinar el viento entre las ramas. He visto a sus labios devorar las tormentas del humo, como zainos en las fauces de la sequía.

Tanto verdor ha pasado el sol por el cristal de sus hojas, tantos pájaros han dejado sus cantos en los nudos de su piel. Tantos fragmentos de polvo han dejado en sus ramas las estrellas.

Y todos tenemos un espejo que redime la contemplación de su belleza: para el ecologista, la sombra y el follaje son matas de lluvias en la mitad del desierto. Para el aserrador, el tamaño es la dimensión exacta de su devastadora faena. Para el atribulado transeúnte, sus ramas sólo son un punto para atar el nudo corredizo y columpiarse en los espejos del viento.



Epitafio

Aquí hubo un río,
el cementerio de piedra lo delata.



Los pájaros huyen del árbol

Una legión de hombres con manos de tigres viajaba entre aromas de odios y de miedos, el estridente metal de afilados dientes anunciaba que la hora de la muerte había llegado.

Él árbol temeroso cerraba sus pupilas, el suelo de sus raíces fue la tumba de muchos hombres mutilados, las blancas corrientes de sus capas se profanaron de rojo y todavía los pájaros huyen de sus ramas por el olor de la sangre.




Dicotomía

Alguien humedece el perdón de la hostia,
sus labios propagan semblanzas de paz,
pero su corazón hierve de guerra.




Una escena numérica de Baldor *

Con un turbión amarrado de la cola corre el perro por los carriles del viento en la asimétrica persecución a los saltos del conejo.
Todavía esa escena de las páginas numéricas de Baldor, de saltos y sobresaltos, de fuga y cazador, rememora las pesadillas de aquellas noches juveniles.
No supe al fin, si la fuga del liviano saltarín alcanzó las trincheras de las zarzas o el canino cazador celebró la conquista de la presa.



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*Baldor, Autor de un libro de Algebra, texto obligado de educación media en Colombia, antes de 1980.




El árbol y el viejo vendedor

Bajo la sombra, como un hijo del árbol, el viejo vendedor de avena con su barril espumante, apresurado por una muchedumbre de manos en el sediento recreo.
Mis bolsillos vacíos, un muro para el deleite de mis labios. En la piel del viejo al igual que en la mía, un incendio semanal por la misma camiseta.
Fraternos a la ruta de lamentos por las efímeras victorias del equipo, mis palabras hacían esponja el alma del vendedor y casi nunca me faltaba una avena en el recreo.
Hoy, el vendedor es casi una sombra que camina, y el árbol, ceniza invisible, bajo una pétrea escultura de cemento.



Encuentro

Somos un encuentro de albor y de penumbra en las manos de Dios, ahí pasan los sueños como racimos de relámpagos y los días son girasoles temerosos del crepúsculo.




Retrato mortal

En sus manos de ángel arrepentido, un pincel de girasoles.
Ella llega convencida de posar para un retrato.
En breves instantes, sobre las raíces del árbol: la estampa
fugitiva del homicida y el fúnebre rostro de la frágil mujer.




Fabula del perro y el jaguar

El salto rayado del jaguar
(temeroso del perro cazador)
se detuvo en la horqueta de la ceiba.

El valiente azabache
(cuidadoso de las uñas del felino)
con fiereza, al pie del árbol,
se quedó en la intención de saltar.

Hace tanto tiempo y nadie sabe:
por qué el perro y el jaguar
momificados se miran a los ojos,
cómo símbolo de tregua
después de la muerte


El reloj de su cadera

La negra baila y deslumbra
las flores de su pollera,
es urdimbre de tambora
su cintura de cereza,
escaleras de canciones
la quimera de sus pies,
matices de brisas morenas
sus brillantes coqueteos,
aromas de sus ancestros
en el bosque de su piel
y sinfonías de remolinos
en el reloj de su cadera.
La negra baila y deslumbra
las flores de su pollera.


No te creas el dios del árbol

No te creas el dueño del árbol.
Tú lo sembraste en una lejana primavera,
pero la vida de él, no te pertenece.
No puedes apropiarte de su sombra.
No es sólo tuyo el aire que brota de sus hojas.

Si la ira enfada tus manos, no arrecies
el filo del metal en el borde de la savia.
No derrames tu venganza
sobre las aguas que beben sus raíces.

El árbol no sólo a ti pertenece,
pertenece al pájaro y a la íntima aventura de su vuelo;
al viento que eleva a las nubes el polen de la lluvia;
al sol que deletrea los colores de las hojas.

No te creas el dios del árbol.
Déjalo que viva
hasta que el tiempo haga piedra sus raíces.



Metáfora del canto

Sobre los ojos de la rosa
están fijos los labios del pájaro
para derramar los colores de su canto.



Monólogo de un árbol Kogui

Una golondrina regó la semilla
para que yo naciera.
Crecí lejos del humo y del ruido;
en un espejo de agua
mis hojas descubren su color.

Yo siento que soy tu hermano.
No se vive para uno solo.
Kanimpana, mi Padre, dijo
que yo era el guardián del aire.

Soy tan sensible como tú,
tu mirada, hermano Kogui,
es otra forma de lluvia
que nutre mis raíces.
Nada hay en tus intenciones
que sea ofensa para Kanimpana, mi Padre.



Palabras de un mamo kogui
Yuluka (*) hermano Kogui,
la Ley de la Madre
no es reliquia de hielo.
Los ojos totémicos del jaguar
son compañeros inseparables
de tu sombra.
El aguacero es una mujer
que baila con el trueno.

Yuluka hermano kogui,
el pan lo da la tierra
sin derramar sangre en la hierba.
La flauta suena arriba del árbol
para que el sol no queme la noche.
El cóndor se niega en la nieve
al descenso del último crepúsculo.

Yuluka hermano Kogui,
mi voz antigua tiembla;
hermanos menores no escuchan...
____________
Yuluka, voz Kogui, que significa: ”ponte de acuerdo”
















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